El charm como acto de rebeldía: por qué colgar trinkets es mucho más que una moda
Hay algo casi infantil —o peor, considerado frívolo— en colgar pequeños objetos de colores en nuestras mochilas, zapatos, carteras (o a esta altura, cualquier prenda). Pero hoy, esa práctica está en todos lados.

Hay algo casi infantil —o peor, considerado frívolo— en colgar pequeños objetos de colores en nuestras mochilas, zapatos, carteras (o a esta altura, cualquier prenda). Pero hoy, esa práctica está en todos lados: desde los Labubu (los muñequitos feos que todos aman/odian) que valen cientos de dólares en reventa, hasta los Jibbitz que convirtieron a Crocs en un statement de estilo. Lo que parecía una microtendencia se volvió una declaración cultural: personalizar es resistir, es rebelarse. Y los charms, trinkets y colgantes son su bandera.
De lo micro a lo masivo
Lo que empezó como una microtendencia en redes sociales (o en cultura kawaii asiática), se convirtió en un movimiento masivo en 2024–2025. Hoy dominan vitrinas, redes sociales e incluso pasarelas. El charm se transformó en una forma de decir algo sin hablar.
Pop Mart, la marca detrás de Labubu y otros blind boxes coleccionables, vendió más de 400 millones de dólares en 2024. Los Labubus —esos monstruos/elfos que seguro odiás o amás (o las dos cosas a la vez)— fueron catapultados al mainstream cuando Lisa (Blackpink) lo colocó en su cartera en 2024. Después lo siguieron Rihanna, Dua Lipa, Kim Kardashian, entre otras. Algo similar pasó con los Sonny Angels, aunque el boom actual fue más fuerte.
Crocs, marca ridiculizada durante años, resurgió gracias a los Jibbitz: pequeñas piezas que personalizan las sandalias. Solo en 2023, facturaron más de 250 millones de dólares en estos agregados.
En redes, influencers y celebridades cuelgan charms de todo tipo en carteras Dior o Telfar: desde ositos deformes hasta mini sneakers, tags con frases y cadenas de plástico.
Customizar es autoexpresión
Vivimos en la era de los algoritmos, feeds homogéneos y moda hiper accesible. En ese contexto, diferenciarse es casi revolucionario. Personalizar tu bolso o zapato no es un gesto superficial: es un “esto soy yo y nadie más lo es”.
Cada charm —por más pequeño, kitsch o tonto que parezca— es una forma de reclamar individualidad frente a la masa. Es también una rebeldía estética: mientras el lujo empuja el quiet luxury, el charm explota en color, referencias cruzadas, caos. Es maximalista en una era que quiere ser neutral.
Va de la mano con toda la movida de Charli XCX, la antítesis del clean girl aesthetic.
¿Pandemia, uniformidad y charms?
Durante la pandemia todos fuimos iguales: tapabocas, joggings, rutina. El charm aparece después, como un estallido de reconquista del estilo personal. Al volver a la calle, muchas personas quisieron ser vistas de nuevo, no desde el lujo, sino desde lo emocional, lo propio, lo único.
Colgar un Labubu no es solo moda: es ponerle rostro a una emoción o rareza. Es decir algo que una remera blanca (que tiene todo el mundo) no puede decir.
El poder asiático y la estética de lo mini
La influencia asiática, sobre todo japonesa, es clave. Muchas celebridades viajaron a Japón en 2024, y no solo porque el yen estaba débil. Muchos charms vienen de Asia, donde los blind boxes ya eran parte de la cultura pop (como Tamagotchi o Beanie Babies).
El boom asiático ayudó a masificar esta estética kawaii que mezcla ternura, deformidad y nostalgia. Pero más allá del origen, lo importante es la lógica: el charm no es pasivo. Te obliga a elegir, editar, combinar, jugar. Es diseño popular. Es arte portable.
Un lenguaje visual
Un charm no se elige al azar. Se elige porque dice algo.
- Alguien cuelga un corazón pixelado: “tengo alma gamer”.
- Otro elige un llavero de Hello Kitty porque ama lo retro o lo que representa.
- Algunos combinan colores como si armaran un outfit completo.
Es un nuevo lenguaje visual, rápido y directo. En redes, los unboxings, hauls y reseñas de charms son virales. No es superficialidad: es identidad.
Entonces, los charms son mucho más que simples adornos. Son gritos personales en un mundo saturado. Sirven para:
- Diferenciarse, con un toque juguetón o extraño.
- Crear identidad.
- Formar comunidad, mediante coleccionismo y fandoms.
- Desafiar lo masivo, colgando algo pequeño pero potente en la vida cotidiana.
Los charms no valen por su precio o marca: valen por el relato que activan. En un mundo donde todo tiende a parecerse, colgar un trinket es decir: “esto es mío y esto soy yo”.
Y eso —aunque venga en forma de monstruo de plástico de 4cm— es profundamente valioso y subversivo.